Piotr Blumczynski, y Ghodrat Hassani Tanya Fernández Escudero Hacia un modelo metateórico de la traducción

Traducción
Hacia un modelo metateórico de la traducción: Un enfoque pluridimensional [Towards a meta-theoretical model for translation]

Piotr Blumczynski y Ghodrat Hassani Queen’s University Belfast | Damghan University | University of Vigo
Translated by Tanya Fernández EscuderoQueen’s University Belfast | Damghan University | University of Vigo

En este estudio, proponemos un modelo metateórico de la traducción, y, para hacerlo, partimos de una crítica del pensamiento ambivalente –arraigado en la lógica clásica– y exponemos su carácter unidimensional como debilidad fundamental. Posteriormente, examinamos cómo se ha tratado tradicionalmente este problema planteando continuos. Aunque reconocemos su valor cognitivo, heurístico y didáctico, sostenemos que, pese a que prometen mitigar la estricta polarización que es sintomática de los binarismos, los continuos siguen siendo unidimensionales y, por tanto, contraproducentes para una teoría que pretenda capturar la complejidad traductiva. Para salir de este punto muerto, basándonos en las premisas de la lógica difusa y entendiendo que la traducción no es un concepto de suma cero, proponemos que se formulen los conceptos teóricos en términos pluridimensionales (es decir, que sean contrastados con numerosas oposiciones, en lugar de únicamente con una, como ocurre con el planteamiento bipolar). Finalmente, sugerimos cómo el enfoque que proponemos puede llevarse a la práctica teórica.

Palabras clave:
  • binario,
  • lógica clásica,
  • continuo,
  • dimensión,
  • lógica difusa,
  • pluridimensional,
  • teoría de la traducción,
  • pensamiento de suma cero
Tabla de contenidos

1.Introducción

Este artículo nace como respuesta a una cierta crisis metodológica que ambos comenzamos a apreciar de forma independiente al trabajar como investigadores, traductores y profesores de traducción en dos contextos culturales tan diferentes como son Irlanda e Irán. Por consiguiente, pretendemos proponer un argumento metodológico que sobrepase un gran número de límites geográficos e históricos y que ataña a un amplio abanico de enfoques teóricos en los estudios de traducción. Creemos haber identificado una cuestión que no afecta a una sola teoría en particular, sino a un modo de teorizar muy extendido; de ahí que sugiramos implicaciones metateóricas. La elección de los ejemplos empleados para respaldar nuestras afirmaciones puede parecer poco sistemática en cierto modo (aunque preferimos el término “aleatoria”, como en “muestreo aleatorio”); de hecho, aludimos a varios marcos que no siempre están íntimamente conectados. Sin embargo, nuestro argumento no depende de ningún paralelismo entre ellos, excepto por un compromiso metateórico con un cierto tipo de lógica que es ampliamente compartido. John Ellis, en su libro Language, Thought, and Logic defiende que “los pasos más importantes en cualquier investigación metateórica son los preliminares” (1993, 14), y son precisamente estos primeros pasos –espontáneos, quizás habituales– los que aquí nos preocupan. No obstante, para presentar nuestra crítica del problema y sugerir una forma de tratarlo, antes hemos de describir a grandes rasgos su contexto.

2.Pensamiento ambivalente

Si tenemos en cuenta la afirmación de Michael Cronin (2009, 218) de que “la traducción es, por encima de todo, una iniciación a una complejidad insospechada”, resulta bastante irónico que gran parte de la reflexión teórica sobre traducción haya recurrido históricamente a modelos ambivalentes y dicotómicos, que, a menudo, producen un efecto simplista, reduccionista y polarizante. En la tradición occidental, una buena parte de las primeras declaraciones documentadas son binarias en cuanto a su estructura y antitéticas en cuanto a su contenido. Quizás la más famosa de todas ellas sea el principio de san Jerónimo de non verbum e verbo sed sensum de sensu (‘no palabra por palabra, sino sentido por sentido’). Otra idea fundacional ampliamente citada parte de Friedrich Schleiermacher ([1813] 2012, 49), quien, tras examinar la dificultad que entraña acercar al autor y al lector en traducción, concluye que

solo existen dos posibilidades: bien el traductor deja al autor en paz, en la medida de lo posible, y acerca al lector hacia él o bien deja en paz al lector, en la medida de lo posible, y acerca hacia él al autor. Estos dos caminos son tan diferentes entre sí, que debe seguirse uno de ellos de la forma más estricta posible; cualquier intento de combinarlos producirá un resultado muy poco fiable y conllevará el peligro de que autor y lector no lleguen nunca a encontrarse […] Vuelvo a insistir en que, al margen de estos dos métodos, no puede existir un tercero que sirva un propósito en particular, puesto que no hay otras formas posibles de proceder.(la cursiva es nuestra)

Consideremos brevemente la lógica dimensional de Schleiermacher implícita en este argumento. La traducción, que consiste en un encuentro entre autor y lector, facilitado por el traductor, se conceptualiza aquí como un movimiento de un extremo a otro de un camino. Una de las dos partes debe permanecer inmóvil mientras la otra se mueve; de lo contrario, se corre el riesgo de que ambas partes sigan trayectorias divergentes que quizá nunca lleguen a cruzarse. Schleiermacher parecer decir con esto que disparar a un blanco móvil es una acción tan difícil o improbable –quizás ambas– que no debería intentarse por razones prácticas. Hasta cierto punto, esta lógica parece creíble, aunque un poco excesiva (después de todo, ajustar la trayectoria de uno para lograr o evitar el contacto con otra entidad móvil es una habilidad psicomotora bastante básica), pero ¿por qué habría de estar garantizado el contacto cuando solo una de las partes está en movimiento? La experiencia con modelos bidimensionales y tridimensionales nos dice que establecer contacto puede ser aun así bastante improbable; por ejemplo, cuando conducimos por un aparcamiento o disparamos en un campo de tiro, podemos evitar nuestros obstáculos y blancos inmóviles con relativa facilidad, para bien o para mal. El hecho de que los conos de seguridad o los blancos de tiro permanezcan inmóviles no garantiza por sí solo que el vehículo o el proyectil que se están desplazando vayan a golpearlos. Se trata de una cuestión reveladora: el optimismo de Schleiermacher sobre el contacto inevitable entre autor y lector al tiempo que uno se mueve en dirección al otro (estático) revela sus presuposiciones sobre las características de este movimiento. Su camino es una línea recta que conecta dos polos y su lógica permite únicamente una dimensión de movimiento.

Recordemos este aspecto –al que regresaremos a su debido tiempo–, pero, por ahora, centrémonos en otro elemento relacionado con el argumento de Schleiermacher: su insistencia en la naturaleza binaria de la decisión que nos ocupa, y que ha resonado con tanta fuerza en tantas dicotomías defendidas en los estudios de traducción, que ha llegado a crear una tendencia clara. Por supuesto, esta predilección por las distinciones binarias no es exclusiva de nuestra disciplina, sino que cuenta con una larga tradición, tanto intelectual como retórica, firmemente arraigada en Occidente. Sus orígenes se remontan al sistema clásico de razonamiento lógico formalizado por Aristóteles, quien propuso tres principios fundamentales interrelacionados que “se aplican sin excepción a cualquier asunto o pensamiento” (Corcoran 1995, 423). Estos incluyen el principio de identidad (“todo es idéntico a sí mismo”); el principio de no contradicción (“nada que posea una cualidad puede poseer, a la vez, la negación de esa cualidad”); el principio del tercero excluido (“todo tiene bien una cualidad bien el negativo de esa cualidad”) (424). En este paradigma teórico, las dos categorías están bien delimitadas, son discretas y se excluyen mutuamente; no hay solapamiento o término medio entre ellas; no hay otras opciones disponibles. Al estar expuestos de forma prolongada a este tipo de lógica, empezamos a creer “que nuestro razonamiento debería procurar eliminar ideas que son vagas, contradictorias o ambiguas, y que la mejor manera de conseguirlo, y, de este modo, asentar nuestras reflexiones en ideas claras y definidas, es seguir rigurosamente los principios de la razón” (Danaher 2004). Los ecos de esta lógica pueden oírse alto y claro en el argumento de Schleiermacher (“debe seguirse uno de ellos de la forma más estricta posible”). Cualquier razonamiento que no obedezca estos principios puede tacharse de ilógico, inválido o, simplemente, absurdo.

Este método de razonamiento se ha venido empleando en innumerables debates entre aquellos que abogan por la primacía de lo innato sobre lo adquirido, el espíritu sobre la materia, el sentido sobre la forma, etc. Postular dicotomías exclusivas, en ocasiones llamadas bifurcaciones, polarizaciones o planteamientos de un dilema, ha sido durante mucho tiempo una de las principales tácticas argumentativas (así como una de las falacias lógicas; ver, entre otros, Pirie 2006, 19–21; Bennett 2012, 119). Un ejemplo bien conocido lo encontramos en el sarcástico ensayo de Arthur Schopenhauer “El arte de tener razón”, en el que el autor propone la siguiente estratagema: “Para que tu oponente acepte una proposición, debes ofrecerle también lo opuesto, una contraproposición. Si el contraste es evidente, el oponente aceptará tu proposición para evitar ser paradójico” (Schopenhauer [1864] 2008, 21). Aquí, la victoria retórica se obtiene reduciendo todas las alternativas posibles a una única dimensión.

Conviene considerar el tipo de epistemología y de axiología que radican en la lógica aristotélica utilizada con fines argumentativos. Alimentándose del miedo a la paradoja, achacada de falaz y académicamente poco ortodoxa, promueve o, más bien, impone juicios binarios, discretos y definidos, y crea de forma efectiva una cultura que favorece la claridad y la diferenciación de conceptos, así como la coherencia del razonamiento, a menudo conceptualizado como progresión linear. El legado del método dialéctico, procedente de la lógica clásica, es innegable. Aristóteles, Boecio, Pedro Abelardo, Tomás de Aquino y, más tarde, Hegel y Fichte –entre otros muchos filósofos– nos han convencido de que uno llega finalmente a la verdad sopesando entre dos (únicamente dos) perspetivas opuestas; una tesis suscita una antítesis, que conduce a una síntesis. En su libro Argument Culture, Deborah Tannen (1998, 8) plantea la suposición, ampliamente aceptada en el mundo occidental (en particular, en los Estados Unidos), de que “todo es cuestión de opuestos polarizados; el aforsimo “toda historia tiene dos caras” que creemos que encarna la transigencia y el pensamiento expansivo”. La autora advierte que “nuestra determinación por perseguir la verdad partiendo de una lucha entre dos lados nos lleva a creer que todo asunto tiene dos versiones –ni más ni menos; si a estos dos lados se les proporciona un foro en el que debatir, toda la información relevante saldrá a la luz” (10). En la misma línea, Anthony Pym (2014, 34) observa que “la ideología de ‘un lado o el otro’ está fuertemente arraigada en los nacionalismos occidentales”, y la dicotomía de Friedrich Nietzsche entre lo apolíneo y lo dionisíaco es uno de los muchos ejemplos posibles.

Por supuesto, la imagen de los dos “lados”, que describe una distinción horizontal y, por tanto, no jerárquica y resulta reconfortante al insinuar que se está tomando una elección justa, es enormemente engañosa. Uno de los principales motivos de la hegemonía de las distinciones binarias es su poder retórico, que emana de un énfasis evaluativo, aunque implícito. Cuando se examinan de cerca, los sistemas binarios se estructuran, con frecuencia, jerárquicamente y reflejan afinidades ideológicas, políticas y estéticas subyacentes; como queda patente en nuestra propia disciplina. Edwin Gentzler (2012, 68), al abordar el número de “oposiciones binarias que caracterizan los discursos en los estudios de traducción”, menciona los siguientes pares: “primario/secundario; original/copia; producción/reproducción; verdadero/artificial; fiel/infiel; autor/imitador; padre/amante; dominante/ sumiso; amo/esclavo” (54). Todas estas parejas manifiestan un contraste que es evaluativo, y no meramente descriptivo. Nuestro empleo de la terminología a lo largo de este artículo tiene como fin identificar esta dimensión evaluativa; por ello, hablamos a menudo de ambivalente y no solo de pensamiento binario.

3.De la ambivalencia a la polaridad

Si hemos de ser francos, a pesar de su predominio en las reflexiones teóricas sobre traducción, las distinciones ambivalentes también han sido rebatidas con dureza. Por ejemplo, Pym (1995, 5), en su análisis crítico sobre la posición de Schleiermacher, se centra en el “binarismo básico de la propia elección” y formula la siguiente pregunta: “¿Por qué Schleiermacher reconocía solo dos métodos esenciales? ¿Por qué existía ya antes de él esta geometría de pares? ¿Por qué ha perdurado?” La hipótesis de Pym es que “los dos métodos opuestos de Schleiermacher reprimen un término medio oculto, el propio traductor, y que el texto de Schleiermacher en su conjunto está diseñado para silenciar ese término medio” (ibíd.). Pym confía en que, si consigue “desenmascarar” el texto, “la imagen resultante pueda quizás proyectarse sobre toda la línea de teorías de la traducción binarias, hasta la más reciente, que podemos encontrar en Lawrence Venuti (5–6). Así desafía el principio del tercero excluido –el que, probablemente, resulta más fácil desacreditar– al intentar encontrar un tercer término, un punto intermedio entre los dos extremos

Otros intentos por desafiar la lógica aristotélica se han centrado esencialmente en el principio de no contradicción, tomando para ello, de manera explícita, ideas derivadas de la lógica difusa, que expone límites poco nítidos entre clases y puede, por consiguiente, explicar la imprecisión y la imparcialidad (Zadeh 2010, ix; ver también Zadeh 1965). Por ejemplo, en su libro, On Definiteness, Andrew Chesterman (1991, 2), partiendo de la idea de que los artículos en inglés son “realizaciones prototípicas de precisión”, defiende que la división preciso-impreciso no es tanto discreta, como escalar, y la sitúa en un marco de conjunto difuso. Concluye que la necesidad de aplicar la lógica difusa a cuestiones relacionadas con la lengua “es el reflejo de una imprecisión más general, y cada vez más palpable, entre el conocimiento o la teoría y los hechos reales” (195), y el giro o la necesidad de un giro que vaya de la obsoleta lógica aristotélica a la lógica difusa puede verse como un cambio de paradigma en el sentido kuhniano (201). En la misma línea, Maria Tymoczko, en 1999, reiteraba que “en cuestiones culturales, como la traducción, ni se puede generalizan partiendo de la lógica clásica ni se puede aplicar el principio del tercero excluido” y declaraba que “la lógica difusa domina los estudios de traducción, al igual que ocurre con la mayor parte de las disciplinas que analizan la cultura humana” ([1999] 2014, 140).

Dada la seguridad que transmiten estas declaraciones (y otras similares) realizadas por prestigiosos teóricos de la traducción hacia finales del siglo XX, cabría esperar que el debate hubiese llegado a su fin; que los estudios de traducción como disciplina hubiesen abandonado en gran medida esta inútil insistencia en límites definidos y distinciones binarias. No obstante, y pese a estas declaraciones, dos décadas después aún no podemos considerar la propensión a las oposiciones binarias como algo del pasado ni como un punto débil que encontremos solo en modelos excesivamente simplistas. Gentzler (2012, 53–54) sostiene que esta tradición binaria de las reflexiones sobre la traducción

llega hasta la teoría de la traducción contemporánea. Incluso los modelos más avanzados de estudios de traducción desarrollados por Itamar Even-Zohar en Polysystem Studies (1999) y Gideon Toury en Descriptive Translation Studies and Beyond (1995) emplean pares como adecuado/aceptable, texto fuente/texto meta, primario/secundario, productor/consumidor, centro/periferia y canónico/no canónico para construir sus sistemas de análisis, y las traducciones se categorizan de acuerdo a estos conceptos. Algunas formulaciones más “progresivas” y orientadas a los estudios culturales formuladas por otros académicos de los estudios de traducción resultan asimismo sospechosas. Venuti […] también perpetúa una lógica binaria al persistir en una dicotomía fiel/libre que aparece reformulada en su trabajo como fluida/extranjerizante. Las oposiciones binarias se extienden a lo largo de su trabajo –premoderno/moderno, invisible/visible– y, aunque defiende lo extranjerizante y visible […], al apoyar uno de los elementos binarios, sigue perpetuando el paradigma tradicional.

Pese a las protestas de Venuti ([1995] 2008, 19) por la reducción de sus anteriores teorías a “una clara oposición binaria” (ver también Delabastita 2010, 130–132), su último leitmotiv, concretamente “un modelo hermenéutico, concebido de forma más rigurosa, que ve la traducción como acto interpretativo” (Venuti 2013, 4), se desarrolla dentro de una oposición estrictamente ambivalente como “un modelo instrumental” que ve la traducción como “la reproducción o transferencia de una invariante contenida o causada por los textos fuente” (3). La evaluación que conlleva esta distinción no tiene desperdicio. El modelo hermenéutico es riguroso y conlleva un poder explicativo; el instrumentalismo, por otro lado, “es, en una palabra, una falacia que no puede ofrecer una interpretación exhaustiva y precisa de la traducción” (ibíd.). Lingüísticamente, la posición descartada queda reducida, de forma sospechosa, a un confuso “-ismo”; cabe observar que no hay referencias análogas al ‘hermeneutismo’. Esta carga axiológica explica por qué no hay un término medio y por qué Venuti no parece reconocer ninguno de los atributos positivos del modelo instrumental ni admitir ninguno de los puntos débiles del hermenéutico. La diferencia entre ambos es una cuestión de verdad y no admite concesiones. De hecho, cualquier pretensión por sugerir una solución intermedia se vería como un síntoma de adhesión al desacreditado instrumentalismo y un intento de recuperarlo bajo otra apariencia. Como consecuencia, el debate se aleja con sutileza del nivel teórico para inclinarse hacia un nivel ético: a quienes sostienen una opinión contraria –y no hay más que estas dos perspectivas, puesto que la alternativa sería unidimensional– no solo se les contradice, sino que se les avergüenza por promover el engaño. Curiosamente, Brian Mossop, en un controvertido artículo publicado recientemente en Translation Studies, nos expone, a pesar de mostrarse a favor de un enfoque radicalmente opuesto respecto a las invariantes, una elección binaria llamativamente similar: “bien nos inclinamos hacia la invariancia (con una reduciendo de la variancia) o no […], alguien que está produciendo un texto a partir de otro no puede adoptar más que dos actitudes” (Mossop 2017, 332–333). Una vez más, cualquier término medio se erradica por medios ‘lógicos’ y retóricos.

Los comentarios críticos de Gentzler sobre la perpetuación del paradigma ambivalente tradicional evocan las dudas expresadas por Koskinen (2000, 44) una década antes respecto al proyecto deconstruccionista de la traducción feminista, cuyo objetivo es “resolver oposiciones jerárquicas (como fiel/infiel u original/traducción)” –un proceso que, a su juicio,

requiere seguir dos pasos: primero, se le debe dar la vuelta, convirtiendo así al polo que antes era subordinado, negativo o invisible en la posición dominante o positiva. Esto parece ser lo que ha venido haciendo la traducción feminista: cambiar el orden y forzarnos a reconsiderar el papel tradicional de las mujeres/traductoras. Sin embargo, el segundo paso también es necesario: la deconstrucción solo puede completarse una vez que los dos polos han sido redefinidos, de modo que ninguno de ellos esté en un nivel superior y la oposición violenta quede resuelta. Hasta ahora, las teorías de traducción feministas se han centrado esencialmente en dar la vuelta a la oposición masculino/femenino, situando así las imágenes femeninas/maternales como cualitativamente superiores y moralmente más válidas que sus equivalentes masculinas/paternales, a las que se representa como sumamente sospechosas(ibíd.)

Por consiguiente, la deconstrucción “puede verse principalmente como un proyecto continuo de desarticulación de las oposiciones binarias y de revelación, e incluso celebración, de la ambivalencia subyacente” (93). Una contribución importante al respecto nos llegó de la mano de los teóricos posmodernos, posestructuralistas y, especialmente, poscoloniales, que a menudo aplicaron “la noción de casos limítrofes, espacios liminales y espacios intermedios” a la problematización de las relaciones binarias (71). La cuestión crucial de este proceso “no es invertir el orden jerárquico […], sino aceptar la inherencia de los dos polos, que solo existen al relacionarse entre sí. De este modo, lo negativo no es externo, sino interno al polo positivo” (93). Al hablar de la teoría de la complejidad, Kobus Marais (2014, 42) comenta que “en su postura antirreduccionista, [esta teoría] […] participa en la lucha deconstructivista contra las dicotomías […] No obstante, donde la deconstrucción pretende disolver los binarismos, la teoría de la complejidad los mantiene; supone la existencia de dicotomías lógicas y sostiene que se debe convivir con ellas”. Pese al tono polémico, no se trata de una postura radicalmente distinta. Aunque estas posiciones (meta)teóricas son mucho más proclives a las complejidades de los fenómenos traductivos al admitir un grado considerable de relatividad y ambivalencia, su insistente dependencia del prototípico concepto binario de polos las limita.

4.La promesa del continuo

El continuo es un concepto teórico que parece superar de forma intuitiva algunas de las limitaciones de la lógica ambivalente –sin poner en riesgo su innegable poder retórico. Este, al conservar dos orientaciones básicas, nos permite matizar nuestros juicios. Algunos investigadores de procedencias culturales y tradiciones teóricas dispares se han valido del concepto de continuo para destacar la riqueza de las opciones intermedias entre extremos opuestos de una escala. Sirvan como muestra estos ejemplos típicos seleccionados de forma un tanto aleatoria. En un estudio que comprende varias traducciones occidentales del libro Pillow Book de Sei Shônagon, Valerie Henitiuk (2008, 2) recalca que “el término ‘traducción’ se utiliza en su sentido más amplio para englobar un amplio abanico de transferencias lingüísticas y culturales a lo largo de un continuo que va de literal a libre”. Sonia Colina (2008, 123–124), al analizar pruebas empíricas con el fin de proporcionar un enfoque funcionalista que sirva para evaluar la calidad de la traducción, hace referencia en repetidas ocasiones al concepto “el continuo de evaluación” (es decir, traducciones buenas, malas e intermedias) y advierte que “las categorías a evaluar […] no son discretas y delimitadas, sino que cada una de ellas forma un continuo”. Reine Meylaerts y Maud Gonne (2014, 147) sostienen que los estudios de traducción pueden “contribuir a una conceptualización nueva y flexible del papel de los distintos agentes dentro de un continuo de prácticas solapadas entre autor, escritor multilingüe, autotraductor y traductor”. Se podrían citar muchos otros ejemplos, pues las reflexiones basadas en la noción de continuo dentro de los estudios de traducción no escasean.

El modelo del continuo no solo se aplica a debates sobre traducciones reales situadas en una escala que se extiende entre dos extremos, sino también en relación a construcciones teóricas abstractas, siendo la más evidente el concepto de equivalencia, que muestra varios grados según las numerosas definiciones de traducción (por ejemplo, Jakobson 1959; Catford 1965; Nida y Taber 1982; Newmark 1988; Koller 1995; ver también Halverson 1997). Resulta en cierto modo sintomático que la mayor parte de las consideraciones teóricas de (o alrededor de) este concepto estén cargadas de dicotomías binarias: las equivalencias formal y dinámica de Nida (1964, 159–171); la correspondencia formal y equivalencia textual de Catford (1965, 27); las traducciones semántica y comunicativa de Newmark (1988, 38–56); las traducciones abierta y cubierta de House (1997, 66–71); las adecuadas y aceptables de Toury ([1995] 2012, 70); la traducciones extranjerizante y domesticante de Venuti ([1995] 2008, 19); o, más recientemente, las equivalencias natural y direccional de Pym (2014, 6–42); la lista podría alargarse (32–34).

Llegados a este punto, deberíamos lanzar varias advertencias. En primer lugar, nuestra crítica de las reflexiones basadas en el continuo dentro de la teoría de la traducción puede parecer una especie de atajo logrado a base de meter en el mismo saco a ciertos autores y sus modelos y, por tanto, de colocarlos implícitamente unos sobre otros. Aunque, en cierto modo, podría tener sentido comparar, por ejemplo, las oposiciones conceptuales de Nida y Venuti, evidentemente, no pueden reducirse a una mera transposición. En segundo lugar, algunas tipologías influyentes en los estudios de traducción no son en absoluto binarias (Pym 2014, 33); dos buenos ejemplos son la tríada de Dryden ([1680] 1992), metáfrasis, paráfrasis e imitación, y la tipología de equivalencias de Koller (1995, 191–222), denotativa, connotativa, textual-normativa, pragmática y formal. Insistimos una vez más en que no pretendemos aglutinar todos estos modelos o ignorar las diferencias de sus respectivos énfasis, sino que queremos demostrar una cuestión metodológica más amplia. A nuestro parecer, las innumerables dicotomías de equivalencia y, consecuentemente, de los tipos de traducción ponen de manifiesto el inagotable legado de la lógica aristotélica, aunque a un nivel menos evidente. A pesar de las diferencias entre los aspectos particulares perfilados por estas dicotomías, todas ellas comparten un esquema gráfico subyacente claramente linear.

La equivalencia podría ser el ejemplo más visible de un continuo, pero no es, en modo alguno, el único. En su influyente libro Descriptive Translation Studies and Beyond, Gideon Toury ([1995] 2012, 65) comenta lo siguiente respecto a su concepto de normas:

Las normas en sí distan de ser monolíticas […] Las restricciones de cualquier tipo de comportamiento pueden describirse a lo largo de un continuo escalable situado entre dos extremos: reglas generales, relativamente objetivas, por un lado, y posturas idiosincráticas, por el otro. Puesto que son intersubjetivas por naturaleza, las normas ocupan la parte central de la escala, abarcando a menudo el continuo al completo, excepto por las pequeñas áreas que ocupan los dos extremos. En definitiva, estas restricciones forman un continuo escalonado que refleja su proximidad (o distanciamiento) con respecto a uno de los dos polos. (la cursiva es nuestra)

La característica principal que hace de un continuo un constructo teórico útil es su ausencia de delimitación. Un continuo es tentador como antídoto a la lógica ambivalente porque permite estadios intermedios y una distancia potencialmente infinita entre los extremos, y sus defensores lo emplean, precisamente, de este modo y con este fin. Por ejemplo, respondiendo a las críticas de Theo Hermans (1999, 119) sobre el “modelo de oposiciones binarias con el que opera la teoría de los polisistemas” y apoyándose en el trabajo de Pilar Godayol (2002), Ira Torresi (2013, 218) defiende que “las leyes que gobiernan los textos están en constante cambio y no provienen de oposiciones binarias, sino que son la expresión de un flujo dinámico constante […] de cambio en el polisistema”. Torresi concluye que “lo que Hermans […] veía como ‘oposiciones y estructuras duales’, como la dicotomía centro/periferia, pueden reconceptualizarse como un continuo que discurre entre dos posiciones opuestas” (219).

A pesar de que esta reconceptualización puede emplearse para mitigar los peligros de la ambivalencia estricta, las categorías presentadas como continuos o, más bien, los continuos presentados como categorías cuentan a menudo con un limitado poder explicativo cuando se aplican a traducciones reales. Veamos un ejemplo concreto: en la sección de arte y cultura de la BBC persa, Farahmand (2014) sostiene que la traducción errónea de una única palabra del libro El Don apacible, de Mijaíl Shólojov, ha afectado a la narrativa íntegra de tres traducciones diferentes al persa. Esta novela épica describe las vidas y luchas de los cosacos a principios del siglo XX. Los cosacos son un grupo de eslavos orientales que habita principalmente en Ucrania y en la Rusia occidental. En las tres traducciones de la novela al persa (ninguna de ellas traducida directamente del ruso), por un motivo u otro, “cosacos” (کازاکها en persa) se ha traducido como “kazajos” (قزاقها en persa; término, se podría decir, más familiar para los iraníes, debido a la proximidad geográfica entre Irán y Kazajistán), un pueblo túrquico proveniente del este de Europa y de algunas partes del Asia Central. Puesto que estas dos palabras designan claramente dos pueblos distintos, para un lector interesado en la narrativa histórica, las traducciones son extremadamente confusas; resulta desconcertante que un pueblo túrquico y musulmán del Asia Central aparezca en la Rusia europea, tenga nombres rusos, profese el cristianismo y adopte una cultura que guarda muy poca relación con la de los “kazajos”. En este caso concreto, ‘domesticar’ el texto en un sentido lo ha ‘extranjerizado’ en otro, de modo que cualquier intento de situar estas traducciones persas en la escala domesticante-extranjerizante parece tanto imposible como irrelevante. Un modelo linear y unidimensional no tiene cabida aquí.

5.Pensamiento de suma cero y la pertenencia simultánea a dos conjuntos

A nuestro juicio, insertar un continuo entre dos opuestos conceptuales, al tiempo que resuelve un problema, entraña otro, quizás más difícil de detectar, pero no menos perjudicial para la calidad de nuestra reflexión teórica sobre las realidades de la traducción: la falacia del pensamiento de suma cero presupone una correlación inversa entre las categorías que conforman los polos opuestos. Veamos dos ejemplos del efecto reduccionista del modelo del continuo. En otro apartado de Descriptive Translation Studies and Beyond, Toury habla del concepto de traducibilidad, que define como “el potencial previo para establecer una correspondencia óptima entre un texto (o un fenómeno lingüístico-textual) en la lengua fuente y un texto (o fenómeno) correspondiente en la lengua meta”, y señala que “esta correspondencia puede variar en gran medida. De hecho, puede situarse en cualquier punto entre 0 y 1, inexistente y absoluto, sin coincidir nunca con ninguno de los dos extremos” (Toury [1995] 2012, 38). Siguiendo un razonamiento similar, Anthony Pym, en su breve exposición sobre la lógica difusa como pertenencia parcial a dos conjuntos, trata una situación en la que

un elemento puede pertenecer a dos conjuntos distintos, pero en diferente grado: una solución puede ser un 80% extranjerizante y un 20% domesticante. Por ejemplo, los letreros de “McDonald’s” que aparecen por todo el mundo no norteamericano son extranjerizantes porque provienen de una cultura extranjera, pero domesticantes a su vez porque, para los consumidores, jóvenes en su mayoría, siempre han estado ahí.(Pym 2014, 103)

Tanto el ejemplo de Toury como el de Pym se fundamentan en un modelo unidimensional que se extiende entre dos extremos, ya que ponen de relieve una gama de opciones intermedias. Sin embargo, la idea de expresar la pertenencia parcial a dos conjuntos en relación a porcentajes resulta irrelevante porque requiere que la suma los respectivos valores que reflejan el grado de pertenencia siempre den como resultado una entidad completa (el valor numérico 1 o 100%); en otras palabras, la ganancia de uno ha de suponer la pérdida de otro. Metodológicamente hablando, no difiere en absoluto de los requisitos aristotélicos de no contradicción y del tercero excluido; deben tenerse en cuenta todas las secciones de la gradación y estas no deberían solaparse. No obstante, no hay motivo por el que deban darse estas condiciones, si dejamos de lado el hábito de recurrir a la lógica tradicional. Bajo la pertenencia a conjuntos difusos, el poder explicativo del ejemplo de Pym permanece intacto –de hecho, nos atreveríamos a decir que reforzado– aun cuando los respectivos porcentajes no sumen un 100%. Imaginemos dos escenarios: (1) una solución que es, a la vez, un 16% extranjerizante y un 37% domesticante; y (2) una que es un 52% extranjerizante y un 79% domesticante. Si el escenario (1) nos deja con la sensación de que hay algo que aún no se ha tenido en cuenta, y el (2) nos hace pensar en posibles solapamientos –o si nos cuesta trabajo encontrarles el sentido a estas dos descripciones–, esto demuestra que estamos aplicando un pensamiento de suma cero, es decir, la lógica inherente a una conceptualización basada en porcentajes. Con todo, y a pesar de su heterodoxia lógica, ¿no plantean las imágenes mentales resultantes este complejo fenómeno de forma más radical que la elegante distribución clásico-lógica de Pym de 20–80?

Desde luego, es difícil explicar a qué corresponden estos valores (¿a propiedades inherentes del texto? ¿a la percepción de los usuarios finales?). No obstante, el verdadero problema no tiene tanto que ver con los porcentajes reales o el método con el que se calculan, como con un paradigma unidimensional. Si hemos de recurrir a modelos derivados de la teoría de conjuntos clásica y hablar de fracciones o porcentajes –en resumen, de continuos lineales–, debemos reconocer que están basados en el pensamiento de suma cero. Si no reparamos en este supuesto inicial aún sin explorar, es probable que derive en “errores lógicos de los que es virtualmente imposible recuperarse una vez cometidos” (Ellis 1993, ix). Por emplear una imagen más vívida y concreta, tanto Toury como Pym nos invitan a figurarnos una tarta dividida entre dos personas: uno de ellas come la porción más grande, mientras que a la otra le queda la pequeña. Sin embargo, este escenario no solo está infestado por la vieja enfermedad binaria (hay únicamente dos consumidores en esta ilustración), sino que presupone que no queda ninguna porción, ni siquiera unas migas, y que tampoco existen porciones adicionales. No cabe duda de que el reparto de una tarta no es tan simple como sugiere este modelo. Por mencionar algunos parámetros, podría haber más (o menos) de dos personas a la mesa –de hecho, el número podría variar en cualquier momento, a medida que unos vienen y otros se van–, algunas porciones podrían quedar ahí sin que nadie las comiese; o si, tras la primera ronda, algunos comensales se quedasen con ganas de más, se podría servir otra tarta. Si este modelo, entonces, resulta tan inadecuado para teorizar sobre un proceso relativamente sencillo como es el del reparto de una tarta, ¿cómo podría aplicarse a las complejas realidades de la traducción?

El problema de la analogía de la tarta es que, en el mundo de la traducción, es posible tenerla y comerla al mismo tiempo –lo que nos lleva a la segunda contribución fundamental de la lógica difusa, a saber, la pertenencia simultánea a dos conjuntos. En una escala linear, a medida que nos alejamos de un extremo, nos vamos acercando, necesariamente, al otro, ya que una escala permite únicamente una dimensión de movimiento. La traducción, no obstante, no es un juego de suma cero, por lo que una pérdida en la forma, sin ir más lejos, no tiene por qué compensarse con una ganancia en la función. Por ejemplo, como demuestran los numerosos casos reales de traducción audiovisual que podemos encontrar en el libro de Frederic Chaume (2012), en la sincronización de labios que se persigue en el doblaje, la forma y la función están íntimamente relacionadas, de manera que, para que una traducción sea funcional, debe ser también formal; de hecho, preservar la forma puede garantizar en gran medida la preservación de la función. Del mismo modo, la novela lipogramática de Georges Perec, La Disparition (1969), que evita por completo la letra ‘e’, es un buen ejemplo de este fenómeno –tal y como señala Chesterman (1998, 25). Gilbert Adair tradujo esta novela al inglés bajo el título de A Void (1994), mostrando una pericia estilística similar al evitar el uso de la misma letra a lo largo de todo el texto. La calidad de estilo en la traducción de esta novela también indica claramente que las dualidades en nuestro campo no tienen por qué ser mutuamente excluibles, sino complementarias. En esta traducción, forma y función están unidas entre sí de forma tan inextricable, que la pérdida de una de ellas conllevaría inevitablemente la pérdida de la otra.

Una traducción, por tanto, puede ser la unión de dos conjuntos (aparentemente exclusivos) de manera simultánea. Por ejemplo, aunque las leyes de la Unión Europea son productos que resultan de complejos procesos de traducción, al ser igualmente válidas en cualquiera de sus versiones, no se consideran traducciones a efectos legales, pues no se puede decir que representen ningún texto de partida. Si atendemos a la producción, son traducciones; legalmente, no lo son (Pym 2014, 103). En cierto sentido, sin duda, las traducciones de las leyes de la UE no constituyen un caso especial; dada la migración masiva en el mundo globalizado actual, es frecuente encontrar traducciones oficiales de permisos de conducir, de certificados de nacimiento y matrimonio, de escrituras o de documentos de identidad, que tienen, legalmente, la misma validez que sus originales. En un ámbito distinto, Hephzibah Israel (2010, 181) alude al caso de la Biblia inglesa del rey Jacobo, una traducción que, de forma gradual, comienza a servir como texto original a los traductores indios del siglo XIX; cualquier disputa sobre su significado se solventaba finalmente haciendo referencia a la versión del Rey Jacobo, en lugar de a los originales griego y hebreo. Así pues, dependiendo de la perspectiva, esta versión puede considerarse tanto texto de partida como traducción.

En este y en muchos otros casos, señalar este estatus dual a base de situar dichos textos en el centro de un continuo hipotético que se extiende entre los polos de cultura fuente y cultura meta (o entre ‘original’ y ‘copia’) no tendría mucho sentido; después de todo, no son casos amorfos de ‘ni esto ni aquello’, sino miembros sólidos de dos categorías opuestas al mismo tiempo. Lourens de Vries (2015, 146) expone algunos intentos igualmente desacertados al hablar de la distinción tradicionalmente binaria entre cultura oral y escrita:

entre comunicación oral y comunicación escrita se levantó una barrera casi impenetrable […] Oralidad y escritura se entendieron como dos mundos separados y opuestos. Este pensamiento dicotómico, la “Gran Divisioria” entre oralidad y escritura, fue tan intenso que los contraejemplos no sirvieron para romper el paradigma; antes bien, supuso el reconocimiento de formas “mixtas” que se situaron en un “continuo oral-escrito” que prolongó la oposición básica entre lo oral y lo escrito.

El problema, una vez más, estriba en la lógica subyacente; un razonamiento basado en “lo intermedio”, consolidado por el prototípico concepto de continuo, conlleva el riesgo de producir un “efecto racionalizador” reduccionista. Tymoczko (2010, 221–222) capta perfectamente esta idea cuando escribe:

Aunque los enfoques de los posestructuralistas han sido muy útiles para debilitar los binarismos estructuralistas, existen limitaciones al concepto de intermedio como solución a los problemas del estructuralismo, ya que no todas las alternativas a una polaridad o a una figuración binaria se sitúan en una línea entre dos elementos opuestos […] Por ello, no todas las polaridades tienen un único continuo al que podamos denominar espacio intermedio. (cursiva en el original)

A estas alturas, debería quedar claro que proponer continuos como antídoto al inconveniente de los binarismos en traducción es un error. El problema no es, ni ha sido nunca, la gradación insuficiente de los binarismos. Por el contrario, en lo que Tymoczko y otros autores nos están haciendo reflexionar –sin decirlo de manera explícita– es en que un continuo, como concepto teórico, es unidimensional.

6.Más allá de la unidimensionalidad

Es aquí donde llegamos al núcleo de nuestro argumento y consideramos sus implicaciones más importantes: un modelo metateórico adecuado para la traducción. Pese a que se ha admitido con frecuencia que la traducción es un concepto, una práctica y un fenómeno extraordinariamente complejos, gran parte de las reflexiones teóricas dedicadas a ella –como hemos intentado demostrar– se basan en un paradigma lógico simplista y en un modelo unidimensional.

Cuando Stanisław Barańczak (1990, 11–12), uno de los más eminentes traductores literarios polacos, ridiculiza el aforismo popular según el cual las traducciones son como las mujeres –o bellas o fieles– y desafía la vieja metáfora de las belles infidèles (cf. Godayol 2013), no lo hace solo debido a sus estereotipos sexistas, sino (y, sobre todo) por lo “estúpido” de su lógica unidimensional. Si dejamos de lado las imprecisas categorías de ‘belleza’ y ‘fidelidad’ y nos centramos en el problema lógico que conlleva su supuesta correlación inversa, ¿el hecho de añadir otra dimensión serviría para resolverlo? Por supuesto que sí: en un sistema de coordenadas, cada elemento de un binarismo puede obtener una puntuación más alta o más baja sin que ello afecte a la puntuación de otro elemento. Un modelo bidimensional de este tipo supone una mejora, ya que nos permite conceptualizar una gran variedad de fenómenos sin caer en la trampa de la suma cero. Del mismo modo, Torresi (2013, 220), al referirse a la estructura conceptual que subyace en la teoría de los polisistemas, señala con acierto que

es más productivo entender “centro” y “periferia”, más que como puntos en el espacio, como áreas, tal y como sugieren los propios términos, con un continuo de posiciones entre ambos. Por tanto, es perfectamente posible que una obra literaria se encuentre, en cierto modo, alejada del centro, pero sin estar en la periferia, como sucede con los “clásicos menores”; o podría situarse en o cerca de la periferia del polisistema como entidad completa, pero resultar tan central para un grupo minoritario de lectores que llegase a destacar como una especie de hito.

A decir verdad, una parte importante de las reflexiones sobre traducción ya aluden a dos dimensiones cuando hablan de áreas, campos, territorios, zonas, fronteras, etc. El predominio de este imaginario seguramente deriva de su relación con el viaje, la transferencia y, por lo general, el movimiento. Asimismo, la idea generalizada de los sucesivos “giros” en los estudios de traducción (ver, por ejemplo, Snell-Hornby 2006) presupone el movimiento sobre una superficie plana. La posibilidad de rotar es una mejora, comparada con el movimiento de un lado a otro de una escala única, puesto que permite explorar espacios que, de otro modo, permanecerían ocultos o inaccesibles y, además, deja espacio a caminos diferentes, no solo rectilíneos.

Sin embargo, la representación y, por tanto, los términos teóricos de los modelos bidimensionales siguen siendo muy pobres: una serie de giros en la misma dirección conducirán, inevitablemente, a la orientación inicial, cuando no a la misma posición. Pensemos en la Tierra; aunque sea esférica, solo experimentamos de manera significativa su superficie. Nuestra posición y nuestro movimiento en el globo terráqueo son, en la mayor parte de las ocasiones, bidimensionales, pero, en cuanto abandonamos la superficie, bien descendiendo bajo tierra, bien elevándonos por una estructura con múltiples alturas, no nos acercamos a ninguno de las direcciones cardinales: la brújula aquí es inútil. Un GPS puede mostrarte en qué lugar del plano de un aparcamiento de varias plantas te encuentras, pero no en qué nivel.

Un modelo de dimensión baja es incapaz de representar de forma adecuada, aún menos de explicar con precisión (y, después de todo, para eso existen los modelos), las realidades de un fenómeno pluridimensional. Pese a estar familiarizados con las representaciones bidimensionales de objetos tridimensionales (por ejemplo, los mapas físicos, las fotografías, los rayos X, las pantallas de televisión, etc.), dichas proyecciones son, por fuerza, reductivas, en un sentido estricto: la profundidad solo puede representarse empleando efectos ilusorios a través de la manipulación de la luz, la perspectiva o el enfoque, para simular una experiencia visual realista. No importa cuántas veces demos la vuelta a una fotografía, esta no nos va a mostrar lo que hay detrás del objeto que aparece en ella. Por muy aleccionador que parezca, una teoría de la traducción que solo se apoye en conceptos prototípicamente bidimensionales –como, por ejemplo, ‘área’, ‘campo’, ‘zona’ e, incluso, el popular ‘giro’– solo puede llegar a ser una (in)sofisticación representacional típica de la imaginaria Planilandia, de Edwin A. Abbott ([1884] 1992).

Siguiendo con esta idea, sugerimos que los esfuerzos por desarrollar adecuadamente un modelo teórico complejo para la traducción se comprometan con una dimensionalidad múltiple. Ya existen varios enfoques que emplean conceptos tridimensionales. Por ejemplo, la idea de Kwame Anthony Appiah de “traducción densa” (1993) basada en la “descripción densa” de Clifford Geertz (1973, 3–30) añaden literalmente profundidad a las representaciones planas y, por tanto, engañosas. La Teoría del Actor-Red (por ejemplo, en Latour 2005) nos invita a imaginar estructuras complejas, intrincadas, multilaterales y dinámicas que dependen, forzosamente, de la traducción entendida en un sentido amplio. También se ha empleado recientemente, en favor de la “traducción ubicua” (Blumczynski 2016; ver también Arduini y Nergaard 2011), un concepto relacionado con el de ‘rizoma’ (Deleuze y Guattari [1987] 2004) – una estructura orgánicamente flexible que no es jerárquica ni lineal. En la misma línea, Douglas Robinson describe la expansión dimensional de su idea, anteriormente lineal, de la dinámica de la traducción (la fuerza que va del autor al traductor es, posteriormente, redirigida hacia el lector). Esta percepción viene influida por Martha Cheung, “que entendía ese diálogo de forma taoística […] en relación a lo que podríamos llamar ‘panatención’, ya que las fuerzas del cambio están en todas partes, e interactuamos continuamente con ellas, en muchos niveles a la vez” (Robinson 2016, 9).

7.Pensamiento pluridimensional

La solución que proponemos al problema de los modelos de dimensión baja pretende evitar la trampa que ha expuesto. Más que sugerir que se sustituyan los enfoques anteriores, lo que buscamos es extenderlos a una dimensionalidad múltiple. No queremos abandonar el conjunto de conceptos existentes e inventar otros nuevos; nuestro principio metateórico fundamental es que cualquier concepto útil es potencialmente pluridimensional (es decir, contrastable con numerosas oposiciones, en lugar de solo con una, como ocurre con el pensamiento bipolar). Esto es coherente con los resultados de la lingüística cognitiva: la polisemia, el hecho de que una palabra concreta pueda evocar significados diferentes, conectados vagamente o prácticamente sin relación, es una regla, más que una excepción. El vocabulario de una lengua natural tiende a ser polisémico, y los diferentes significados latentes solo salen a la luz cuando se contrastan con una oposición conceptual específica; en definitiva, “las palabras son proteicas por naturaleza” (Evans 2009, xi). Sugerimos que una forma productiva de imaginar, describir y reflexionar acerca de esta polisemia es hacerlo en términos dimensionales. Para ilustrar este enfoque, recordaremos algunas de las ideas basadas en el continuo que mencionamos anteriormente e intentaremos reinterpretarlas según una lógica difusa pluridimensional.

El concepto de “continuo de calidad” al que Colina (2008) recurre en repetidas ocasiones en su estudio sobre la evaluación de la calidad de la traducción es un caso claro del efecto racionalizador que hemos venido criticando. La necesidad de operativizar una categoría tan fértil como la de calidad de la traducción en un abanico de descriptores específicos (que van de adecuación funcional a corrección terminológica) ya deja patentes las distintas dimensiones interdependientes en las que se extiende. Esta disgregación de factores interrelacionados, típica de las metodologías cuantitativas, podría proporcionar “una manera de evaluar la adecuación textual y comunicativa/pragmática de las traducciones, en lugar de estar limitada a los errores gramaticales y/o estilísticos al nivel de la oración, y a los cambios de significado” (107); pero apiñar todas estas propiedades, y muchas otras, en un único “continuo de calidad” es gran salto lógico y metodológico. Si bien es cierto que evaluar las traducciones en diferentes marcos profesionales y pedagógicos normalmente conlleva situarlos en una escala lineal empleada para comparar y otorgar una calificación, el hecho de que se asigne la misma nota o el mismo valor numérico a traducciones que la merecen por diferentes motivos hace que el “continuo de calidad” sea inútil en términos teóricos. Antes bien, si exploramos estas razones, investigando las diferentes, y a menudo conflictivas, dimensiones de calidad, podemos comprender mejor esta compleja noción. Ordenar simplemente las traducciones de mejor a peor y asignarles valores numéricos puede ser un punto de partida, pero, desde luego, no el resultado de un estudio relevante de la calidad de la traducción. La suposición de que la calidad de la traducción puede ser conceptualizada de forma productiva –no solo pragmática– como un continuo lineal es, a nuestro parecer, muy cuestionable.

¿Y qué hay del continuo AUTOR – ESCRITOR MULTILINGÜE – AUTOTRADUCTOR – TRADUCTOR? A decir verdad, los investigadores que lo proponen se centran abiertamente en los papeles de agente y admiten que las respectivas prácticas se solapan (Meylaerts y Gonne 2014, 147). Sin embargo, aún resulta problemático aceptar que, en este o en cualquier otro aspecto, ha de existir una distancia mayor entre un autor y un autotraductor, que entre un autor y un escritor multilingüe –una conclusión a la que los investigadores probablemente no quieran llegar, pero que viene exigida por el concepto de continuo al que aluden. Esta lógica unidimensional esconde otras configuraciones posibles. Por ejemplo, ¿los autores y los autotraductores podrían compartir algo que no afectase a los escritores multilingües (situados como vínculo intermedio en el continuo)? Cuando un autor posee un dominio limitado de la lengua meta y trabaja junto a otra persona, ¿este autotraductor que precisa de ayuda no está más cerca de la categoría de autor (monolingüe) que de escritor multilingüe? ¿No necesitaría asistencia dicho autotraductor –por ejemplo, al responder preguntas en conferencias de prensa, al conceder entrevistas o al negociar con las editoriales en la lengua meta– de igual modo en que la precisaría un autor monolingüe, pero no un escritor multilingüe? ¿No tendrían algunos autores (monolingües) menos influencia que ciertos (auto)traductores debido simplemente a peculiaridades legales?11.Nos viene a la mente el caso de Solaris, de Stanisław Lem: el editor de la primera traducción al inglés (Lem 1970, traducida directamente a partir de una versión francesa), como propietario de los derechos de autor, consiguió frenar durante más de 40 años toda iniciativa por encargar una retraducción directamente desde el original polaco propuesta por los herederos de Lem (ver Blumczyński 2010). Cuando por fin salió publicada una traducción directa del inglés en 2011, solo lo hizo en forma de libro electrónico y de audiolibro. En aquel momento, los herederos de Lem esperaban “superar las barreras legales para publicar también una edición impresa“ (Flood 2011), pero casi una década más tarde albergan menos esperanzas que nunca. Todas estas, por supuesto, son preguntas especulativas que puede o no valer la pena explorar; pero lo importante es que un enfoque de dimensión baja hace que suenen ‘ilógicas’ y, por tanto, las destierra del foco de interés académico. En el modelo pluridimensional que proponemos, estos cuatro papeles podrían apartarse de un continuo que impone un enfoque lineal y, a cambio, configurarse como los nodos borrosos de un rizoma vivo. Pese a lo difícil que pueda resultar representar esta red de relaciones utilizando una imagen bidimensional, o incluso tridimensional, ¿no sería más apropiada para mostrar su complejidad? ¿No nos animaría a aventurarnos por otras vías de investigación sin miedo a contradecirnos (el gran azote de la lógica aristotélica)?

En la misma línea, se podría decir que el popular continuo LITERAL-LIBRE, debido al gran número de significados que estos dos conceptos evocan, establece una sola dimensión, que se corresponde, a grandes rasgos, con la orientación texto fuente-texto meta. No obstante, podríamos pensar en otras oposiciones binarias que contienen cada uno de estos dos conceptos. Por ejemplo, LITERAL-LIBERAL; LITERAL-FIGURADO; LITERAL-POÉTICO; LITERAL-ESPIRITUAL; e incluso, aunque resulte paradójico, por la etimología que comparten, LITERAL-LITERARIO, etc. Por otro lado, LIBRE viene acompañado también de un gran abanico de extensiones dimensionales como LIBRE-RESTRINGIDO; LIBRE-UNIDO; LIBRE-ESCLAVIZADO; LIBRE-OCUPADO; LIBRE-SISTEMÁTICO, entre otras, incluyendo LIBRE-LITERAL. Algunos de estos pares implican un patrón evaluativo claro; otros, no tanto, y, por ello, su axiología es más proclive a una mayor variación contextual (por ejemplo, la descripción “liberal” puede considerarse como un halago o como un insulto, dependiendo de nuestra ideología política). Gran parte de estos conceptos, que contrastan también con “literal”, están relacionados entre sí, pero destacan aspectos distintos, aunque de forma sutil. Incluso los sinónimos próximos (por ejemplo, liberal y libre) acentúan matices semánticos diferentes y poseen connotaciones distintas. Además, en algunos contextos, ciertos pares no tienen por qué ser oposiciones (por ejemplo, en las tradiciones cabalísticas, lo literal y lo espiritual están íntimamente ligados). La complejidad de este enredo conceptual es evidente si consideramos que una negación puede aunar todos estos hilos divergentes en un punto central: un enfoque que se describa como no literal puede ser también, sin caer en ninguna contradicción, liberal, figurativo, poético, espiritual, literario, etc. Existen diferentes patrones de negación que pueden romper la unidimensionalidad de una oposición conceptual y exponer sus ejes evaluativos al extenderse en varias direcciones (por ejemplo, consideremos los pares FORMAL-FUNCIONAL y FUNCIONAL-DISFUNCIONAL, que, al fusionarse, convertiría a las traducciones formales en disfuncionales). Una afirmación como “X es una traducción más literal que Y, que, en comparación, es más libre, aunque sigue siendo sistemática, pero no liberal” sigue una enmarañada trayectoria conceptual que se mueve en zigzag por varias dimensiones, haciendo imposible posicionar estas dos traducciones hipotéticas en el continuo inicial LITERAL-LIBRE, sin sentir cierta incomodidad lógica.

Esto se debe a que intuimos aquí múltiples dimensiones: el movimiento imaginario que va de LITERAL a LIBRE y luego a SISTEMÁTICO (y dejando de lado la bifurcación hacia NO LIBERAL) no nos lleva del todo al lugar de partida. Las traducciones literales no tienen por qué ser sistemáticas (o asistemáticas), del mismo modo en que las traducciones libres no tienen por qué ser liberales (o metafísicas o desocupadas). No disponemos aquí del suficiente espacio como para explorar en detalle otras trayectorias que podrían dividirse en múltiples caminos a su vez – pero, seguramente, no sea necesario para demostrar cómo estas hacen estallar el continuo desde dentro. Podríamos pensar en la siguiente progresión de oposiciones conceptuales: LITERAL – POÉTICO – PROSAICO – IMAGINATIVO – ABURRIDO – ALEGRE – APAGADO – ENCENDIDO, etc., potencialmente infinita y solo parcialmente irónica.

Es posible imaginar un proceso traductivo que se aleje simultáneamente de ambos polos del continuo LITERAL-LIBRE. Por ejemplo, ACTIVISTA podría contrastar con cualquiera de ellos. En el ámbito de la traducción bíblica, versiones como la de The Inclusive New Testament (1994) insertan (o recuperan, según el punto de vista) referencias de género neutro en pasajes que tradicionalmente tenían marca de género (por ejemplo, el versículo de los Efesios 5:22 se traduce como “Quienes estáis comprometidos en una relación de pareja, debéis entregaros el uno al otro”, en lugar de “Esposas, someteos a vuestros maridos” [Nueva Versión Internacional]), argumentando que el mensaje espiritual del texto fuente queda oculto tras un prejuicio masculino, de modo que eliminarlo conseguirá acercarnos al sentido original inclusivo. ¿Este enfoque nos lleva hacia una traducción más literal o más libre? En honor a la lógica difusa, nos sentimos tentados a responder “Sí”. Estas dos dimensiones (LITERAL-LIBRE; ACTIVISTA-NO COMPROMETIDA), por tanto, son problemáticas para ambas partes, en términos lógicos. Dan a entender que alejarse de una orientación no nos acerca necesariamente a su oposición ‘lógica’; la regla de suma cero no se tiene cabida aquí.

A medida que nos adentramos en lo tridimensional, puede resultarnos difícil concebir un número mayor de dimensiones y, de hecho, los intentos por ‘concebirlos’ pueden actuar como un freno a la hora de adoptar una pluridimensionalidad mayor. En este artículo, nos hemos abstenido, por decisión propia, de proporcional cualquier representación visual del modelo lógico que proponemos, pues resultaría contraproducente; hacerlo condicionaría este modelo de acuerdo a los límites que hemos descrito. Dejemos que nuestra imaginación académica se aliente al darse cuenta de que algunas ramas de la física teórica, como la teoría de cuerdas, cuenta las dimensiones en números de dos cifras. Puede que no seamos siempre capaces de representar gráficamente estas dimensiones utilizando un sistema de coordenadas, pero eso no debería hacernos menospreciar nuestra intuición cuando esta nos diga que ciertos fenómenos pertenecen a dimensiones distintas que otros. Es en estas intuiciones, más que en una lógica lineal, en las quizá merezca la pena confiar.

8.Hacia una práctica teórica

Los artículos de investigación con un claro enfoque teórico corren el riesgo de ser demasiado abstractos en sus implicaciones y demasiado vagos en sus aplicaciones. Por ello, en esta última sección, nos gustaría sugerir una forma de traducir el enfoque que proponemos a la práctica teórica y, al mismo tiempo, reunir los puntos principales del debate que hemos ido desarrollando.

Digámoslo alto y claro: no estamos defendiendo que las oposiciones binarias y los continuos lineales deban desterrarse de todo debate sobre los fenómenos traductivos. Reconocemos que pueden tener aplicaciones cognitivas, heurísticas y didácticas válidas. También puede resultar útil seleccionar una dimensión particular para examinarla de forma más minuciosa y dejar de lado (temporalmente) otras. La capacidad para hacer distinciones que son, en muchas ocasiones, ambivalentes es una competencia cognitiva indispensable: “Sin las herramientas cognitivas de diferenciación, la vida se caracterizaría por su entropía. Los individuos, para definir su lugar en el mundo, se encuentran en una búsqueda continua de identidad y diferencia” (Ibsch 2010, 464). Por razones pragmáticas, los humanos tienen que ser capaces de categorizar a otros rápidamente como amigos o enemigos y de ver las líneas de acción alternativas como buenas o malas. Estas categorizaciones binarias pueden no resultar muy elegantes, pero a veces son necesarias; hay ocasiones en las que cualquier decisión es mejor que ninguna. Incluso nosotros, a medida que desafiamos el poder explicativo de los binarismos y, por extensión, de los continuos, empleamos en nuestro propio argumento un cierto número de distinciones ambivalentes, incluso algunas tan difusas y subjetivas como útil/inútil, simple/complejo, sospechoso/fiable, etc., haciendo así uso de su carga axiológica y su poder retórico. Estas sirven como atajos mentales en tareas heurísticas y pedagógicas y ayudan a comprender más rápido los problemas complejos.

No obstante, no debemos olvidar que estas aplicaciones heurísticas y pragmáticas no son más que eso; aceleran nuestros procesos de resolución de problemas y de toma de decisiones, pero resultan contraproducentes para una teoría que busque ilustrar la complejidad. Cuando los conceptos traductivos pluridimensionales (como calidad, autoridad/influencia/agencia, representación, etc.) se comprimen en una escala unidimensional, no solo se arriesgan a ser caricaturizadas, sino a deformarse hasta volverse irreconocibles. Como señala Ellis (1993, 15), una formulación de los hechos puede plasmar “decisiones de gran alcance sobre cómo concebir dichos hechos” y determinar “qué tipo de cosas deben ser esos hechos”, involucrándonos así, teórica y conceptualmente, “de una forma en la que quizás no hubiésemos deseado involucrarnos, si lo hubiésemos pensado con detenimiento antes de tomar la decisión”. Por ello proponemos que, antes de emplear cualquier consideración teórica basada en el continuo, aunque lo hagamos de manera informal, nos planteemos las siguientes preguntas: (1) ¿el enfoque propuesto está en consonancia con una lógica de suma cero y sus ramificaciones?; y (2) ¿puede descartarse la pertenencia simultánea a ambas categorías propuestas como contrarias? Si la respuesta a estas dos preguntas es negativa –y esperamos que así sea en un gran número de situaciones–, ello debería llevar a replantearnos ese ejemplo concreto de teorización basada en el continuo. Volviendo a la elección propuesta por Schleiermacher, dejar al autor en paz y mover al lector (o viceversa) no garantiza su acercamiento; de hecho, es posible que se alejen aún más.

Esto nos lleva a la última cuestión. Hemos intentado demostrar los beneficios de la conceptualización pluridimensional de categorías, complementada por ideas de la lógica difusa, en las consideraciones teóricas de los fenómenos traductivos, pero dichos beneficios tienen un alcance mucho más amplio. El modelo que proponemos conlleva cierta actitud epistemológica y una postura ética concreta. Decir “no lo tengo claro”, “depende” o “este asunto pertenece, en realidad, a otra dimensión” no es un signo de debilidad investigadora, de medición imprecisa o una forma de esquivar una pregunta, sino que refleja un compromiso por resistirse a la presión –establecida en algunas de las tradiciones científicas anteriores– para buscar la claridad y la certeza frente a la experiencia compleja, confusa y ambigua. Bart Kosko (1993, 37), estudioso de la lógica difusa, señala en forma de aforismo: “Cuanto más preciso, más informativo. Cuanto más informativo, más difuso”. Buscar la precisión implica estar preparado para enfrentarse a algo más difuso, no menos, y esto incluye estar dispuesto a reexaminar no solo los límites de nuestras categorías, sean estos claros o difusos, sino las propias categorías. Un enfoque pluridimensional nos hace más sensibles a una pregunta metodológica esencial: “¿de dónde provienen las categorías con las que trabajamos y cómo de rígidas nos parecen?”, en palabras de Mona Baker (2009, 224). Una posible reacción a esta pregunta, sugiere Baker, es “evitar emplear categorías que ya existían antes de la investigación y el análisis y, en su lugar, permitir que dichas categorías (temporales) emerjan del análisis mismo” (ibíd.). Creemos que un compromiso metateórico con la pluridimensionalidad conduce a esta práctica, si se cuestiona la lógica de ciertas oposiciones conceptuales y, por tanto, se problematizan los conceptos mismos.

Nota

1.Nos viene a la mente el caso de Solaris, de Stanisław Lem: el editor de la primera traducción al inglés (Lem 1970, traducida directamente a partir de una versión francesa), como propietario de los derechos de autor, consiguió frenar durante más de 40 años toda iniciativa por encargar una retraducción directamente desde el original polaco propuesta por los herederos de Lem (ver Blumczyński 2010). Cuando por fin salió publicada una traducción directa del inglés en 2011, solo lo hizo en forma de libro electrónico y de audiolibro. En aquel momento, los herederos de Lem esperaban “superar las barreras legales para publicar también una edición impresa“ (Flood 2011), pero casi una década más tarde albergan menos esperanzas que nunca.

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